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Precipicio




Hay momentos en los cuales, aunque suene ridículo, estás en el borde de un precipicio y es una sensación familiar. Sientes la brisa, recuerdas el olor a tierra y sobretodo, si haces un esfuerzo terrible, recuerdas la adrenalina y el duro golpe que te diste al caer… Pero aún así te lanzas.

Es la historia de nunca acabar. Lo vives, luego te levantas, te sacudes el polvo y dices “nunca más”. Sin darte cuenta regresas al borde del precipicio… La brisa, la sensación, el olor, las mariposas en el estómago y te lanzas de nuevo.

Pero yo había hecho una casa en el borde del precipicio. Ahí me protegía de la brisa cerrando la ventana. Si me daban ganas de saltar cerraba la puerta. Adentro no había ningún olor porque todo era artificial e inventado por mi. No recordaba nada, solo veía paredes y los muebles que compré. La vida pasaba y todo era gris. A pesar de ello estaba cómodo.

A veces alguien tocaba la puerta. Varias veces pensé en abrir. Pero en la casa solo recuerdas la caída, porque no hay brisa, ni hay olor, ni hay emoción. Y cada vez que oía el “noc, noc”, al final decidía no abrir.

Pero una casa es una casa, no siempre es segura. A veces la gente entra, la puerta se abre, la ventana de daña, y a lo lejos divisas el barranco. Lo ves cómodo desde un sillón y tratas de ignorarlo. Sigues trabajando, continuas viendo televisión. La verdad es que mientras mas recuerdas la caída y sigues en la casa, tienes miedo. El raspón duele mas en el recuerdo que cuando estaba en carne viva. Sigues trabajando.

Pero siempre llega alguien, y cuando eso pasa el olor entra en la casa. Debes atender a la visita y abrir la ventana. Sirves café. Y de nuevo estas al borde del barranco. La casa esta atrás y la cena esta servida “¿me lanzo?” es lo único que piensas…

Y sigo ahí…