Lita
Es muy fácil tratar de escribir algo
ensalzando todas tus cualidades y diciendo que eres la mejor, y digo que es muy
fácil no porque sea mentira, sino porque eres eso y mucho más. Sin embargo
nosotros no somos personas que tomamos el camino fácil, no esta en nuestra
sangre, y esta no será una historia fácil.
Tampoco podría escribir yo algo
relacionado contigo y que automáticamente todos se sientan identificados. Si
algo tienen los seres extraordinarios es que su particularidades nos tocan a
cada uno de diferente manera y en cada persona dejan una enseñanza distinta.
Mientras redacto esto y pienso en ti,
siento el olor a barniz de la ventana recién arreglada de mi cuarto;
automáticamente recuerdo una de tus frases mas memorables:
—Ese trapo huele a rincón.
—Abue ¿Cómo que rincón? ¿Cómo huele un
rincón?
—Pues a rincón muchacho ¿Tu nunca has
olido un rincón?
Siempre me quede con la duda, pero en
varias oportunidades quise acercar mi nariz a algún rincón del apartamento a
ver si lograba asociarlo con el trapo.
Tampoco olvido los sobre manteles de tu
viaje NY donde me servías deliciosos jugos de imposibles mezclas como melón con
parchita (mi favorito) o la más rara naranja con lechoza. Todos eran buenos y
todos eran saludables. Tus comidas tenían la propiedad mágica de saciar el
hambre y hacer sentir bien al corazón. Una vez fui a Caracas por trabajo y te
llamé:
—Tu no tienes necesidad de andar comiendo
por ahí en Plaza Venezuela. Ven y almuerzas en la casa que aquí yo tengo sopa.
Cuando la vi, era una sopa como rojita.
“Mejor no preguntar de qué es”, me dije a mi mismo y luego para adentro.
Mientras me veías comer (en la propaganda de la novela que no estabas grabando)
me dijiste algo que aún atesoro:
—Jonathan uno tiene que hacer en la vida
lo que le haga sentir bien, sin pensar mucho en los demás. Si yo quiero salir
salgo y no me importa lo que me diga Estela ni lo que me digan las muchachas.
Ya no estaba seguro si estábamos hablando
de mi trabajo o de la vida. Nos vimos por unos segundos y enseguida comprendí.
Fue la mejor sopa que me he tomado en la vida.
Cada vez que hablaba contigo tenías una
anécdota distinta, un cuento y hasta un regaño, como esa vez que te acompañé al
mercado de las verduras del edificio y me regañaste por haber salido en “cholas”.
O cuando me decías que no era posible que a mi me tenían que decir las cosas
una y otra vez con ese tono de voz “agudito” de tus reprimendas, que sin
groserías parecía llevar implícito ese venezolanisimo “muchacho del coño”, que
nunca me soltaste.
Recuerdo la última vez que te vi. Ya no
tenias la fuerza de otros años, y me mostraste esa pierna que se negaba en
sanar. Los ojos aún te brillaban, pero yo sentí una punzada en corazón. Supongo
que llega el momento en que uno sabe que las personas no te duraran para
siempre, pero aunque te lo repites una y otra vez es difícil aceptarlo, es
difícil de creerlo.
También recuerdo la última vez que hable
por teléfono contigo. Sentí la misma punzada agudizándose cada vez mas. Ya no
eras la misma, habías perdido esa nota en tu voz que te hacía característica,
ese “agudito” que tanto amaba y que significaba tantas cosas.
—Abue hay que ser fuerte, y no dejar que
esas cosas no lleven para el lado que no es —te dije.
—Yo estoy bien hijo —respondiste
secamente.
Luego de eso te di un beso en la frente,
te dije que nos veíamos mañana y que te quería mucho. Aunque no podías abrir
los ojos vi que te estremeciste y tus labios se abrieron un poco. Después solo
quedan llamadas y mensajes que uno nunca quiere escuchar, noticias que no
entiendes y muchos abrazos que tal vez ayuden a encontrar la conformidad.
No quiero (mos) recordar esas cosas.
Quiero verte como en las imágenes de mi niñez en una fotografía con un vaso de
cerveza en la mano (solo la tomabas en vaso, como una dama), quiero imaginarte
tomando el ascensor del edificio yendo a comprar el “Últimas Noticias”. Quiero
recordar alguna anécdota tuya, como cuando regañaste al malandro que te quiso
arrebatar la cartera y le preguntaste por qué te iba a robar a ti. Quiero saborear
tus torticas de lentejas que me enseñaron que de lo que menos nos gusta puede
salir algo bueno. Quiero seguir aprendiendo de ti, como en esas vacaciones
donde me explicaste como era que se dormía en un chinchorro y mas nunca tuve
dolor de espalda. Quiero escuchar tu risa picara, perderme en tus ojos y
recordarte como tu recordabas a la Caracas del pasado diciendo que todo se echo
a perder desde año 89. Siempre te encontraré en mis pensamientos como tu
encontrabas esos anillos perdidos por años en tu cuarto.
Solo lamento no haber sido de los nietos
que compartió mas contigo debido a las circunstancias, pero a pesar de ello y
como el ser extraordinario que eres dejaste algo en mí. También es una lástima
que se me de mejor la escritura que el lenguaje hablado, pero ese es otro tema.
Hasta siempre abue… Hasta siempre abuelita.
2 comments
Qué hermoso, se me aguaron los ojos
Qué bonito escrito!
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