Todo empezó la primera vez que lo vi:
Subía la empinada rampa del estacionamiento que da hacia la casa y ahí estaba él. Sin franela, con un balón de futbol en los pies. El cabello, negro, negrísimo le caía más abajo de la nuca, pero siempre encima de los hombros. Hacía dos años deje a un niño, pero me encontré a un hermoso adolescente.
No puedo describir ese momento. Estaba atareado estudiando contabilidad en el pasillo de la universidad. El debe, el haber, los saldos, el consolidado que no se elimina correctamente, no se une y no cuadra. Vi hacia el frente contrariado. Faltaba una hora para el examen. Cerca de la ventana del salón estabas él. “Es feo”, pensé. Y entonces te vi dos veces: Los ojos enormes, claros y amistosos. El cuerpo fuerte, y la actitud desdeñosa. “Ni tanto”, volví a reflexionar. Saque 16 en el examen. Pero cuando salí y vi que él estaba en salón, ya estaba pensando en otra cosa.
Lo que vino después de eso fue más emocionante. Dormíamos en la misma cama luego de estar horas hablando. La luz matutina empezaba a entrar por la ventana, desperté y lo vi. El tenue resplandor le torneaba el cuerpo, estaba emocionado, así que fingiendo estar dormido también, le abracé. Esperaba que se apartara, que se molestara, en cuyo caso yo sería el dormido con un brazo loco. Sin embargo, mi movimiento fue correspondido.
Yo era como un mini planeta a su alrededor. Cualquier movimiento suyo en el salón de clases, alteraba mi orbita. Un día, intenciones mas, intenciones menos le escuche decir: “Tengo problemas con contabilidad superior”, la mirada perdida, el semblante preocupado. “Yo puedo ayudarte”, intervine. Esperaba una mirada indiferente, como aquella que reciben los que no son invitados. Sin embargo, me respondió que “eso sería finísimo”.
Cada segundo que pasamos juntos era como un descubrimiento. El primer beso quemo mis labios, de forma que jamás se borraron las marcas. Cada vez íbamos más lejos, y era más emocionante. La primera vez que le vi desnudo me provoco un sentimiento inexplicable. Desde ahí ya no importaba nada. Sabía que desde aquel momento, el drama vendría y acabaría con todo, pero me dedique a disfrutar la perfección de ese pequeño espacio.
Nunca estuve seguro de si yo le gustaba tanto como él a mí, pero tratar de averiguarlo era parte de la emoción. Muchas veces me descubrí pensado las cosas que él decía. Cuando yo hablaba o decidía algo, me daba por toda respuesta mi frase favorita en todo el mundo “Estaba pensando exactamente lo mismo”. Supe que caía en una espiral sin regreso cuando inventábamos más y mas excusas para estar juntos. Para el momento en que ya dormíamos en la misma cama, sabía que aunque quizá no sería para siempre, esta vez haría lo que fuera por que durara.
Llego el día que más temía. El segundo en que todo cambio. Lo note enseguida. Todo fue culpa de ese primo de él, no mía. Él lo sonsacaba e inventaba planes. De pronto deje ser interesante para él, y se puso fuera de mi alcance. Cuando le di la mano a su novia, y solté un precipitado “mucho gusto”, supe que nunca aceptó lo de nosotros como algo real, y que ya lo había perdido. “Espero que seas feliz”, dije para mis adentros.
Las paredes se hicieron borrosas y el suelo se desvaneció. Una cosa fría, negra, que consumía mi estomago y llegaba al corazón me daba vueltas en las entrañas. “Me voy a casar”, dijiste. “Mi familia no entenderá esto”, escuche yo. Recordé siempre los buenos momentos, nuestras filosóficas conversaciones. Su poder para decir lo que quería escuchar en el momento preciso, y le dije: “Espero que seas muy feliz”.
Volví a mi casa, y aunque no llovía, ningún carro me mojo con agua sucia de un charco, o peor aún, no deje nada de valor en un taxi, me sentía mal y bien. Mal por mí, pero bien porque aquel quien amé, estaba haciendo lo que quería y le deseaba lo mejor.
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Había escrito algo pesimista para hoy, pero ¿Para qué? Sé que muy pronto este resumen tendrá un tercer párrafo en discordia, y el último verso, será un final mejor ¡Feliz día de los enamorados!