Acaba-trapos es una frase que aprendí hace poco en mi reciente cruzada por tratar de superar a los hombres de mi pasado. Me explico: Hace poco me descubrí buceando a los liceístas que ocasionalmente van al centro comercial cerca de las oficinas donde trabajo. De repente me sentí avergonzado por que, probablemente ese muchacho era menor de edad, y aunque tenía una apariencia recia, el doble de espalda que yo y unos brazos fuertes, seguramente no superaría los 16 años.
Le conté esto a un amigo por MSN quien me hizo sentir mejor diciéndome que “No estaba por convertirme en ningún pedofilo ni nada por estilo, admirar la belleza masculina no debe ser algo para avergonzase y en todo caso tu jamás trataste de seducir al muchacho” aunque debo confesar que ganas si hubieron. Como siempre, esto no fue suficiente, y aprovechando que conozco a una chama post adolescente prima de mi medio hermano decidí acercarme mas a ella para comprobar si el gusto por los menores era algo patológico (o solamente pato).
Empezamos por ir a una “fiesta” en Guaparo Country, lo cual me hizo tener un flasback traumático pues hace unos meses estuve en una reunión de menores ahí también. De repente me sentí como en una de esas películas adolescentes donde los muchachos hacen fiestas cuando no están sus padres. Creo que mi cara expresaba algún tipo de extraña emoción pues la prima me dijo:
—Ya verás que nos vamos a divertir.
Y vaya que sí. Había más licor que en cualquier fiesta universitaria que haya asistido antes (Y estos niños no eran universitarios) y aunque trate de no tomar demasiado pues desconozco si borracho empiezo a soltar pluma, confirme la primera parte de mi teoría: Adoro a los niños underage. Me sentí mal de repente pero no por que descubrí esa terrible verdad, sino por que estaba con alguien conocido y la verdad sería muy feo descubrirme en algún rincón oscuro de ese patio besándome con alguien.
Después de esa noche seguí dándole vueltas al asunto por varias semanas, y concluí que tal vez mi gusto secreto (ahora no tanto) se debía a que en el bachillerato jamás tuve un novio. Así que me dije que la mejor manera de superarlo era contratando a alguien mas. La prima me explico que estábamos en temporada de fiestas, pues las clases habían finalizado.
—Las mejores son la que organizan los de 5to año que ya salieron —explico con tal vehemencia que me hizo tener una fantasía que involucraba niños de chemises rayadas.
La prima explico que nos encontraríamos con “Otro primo” quien era el que conocía el sitio secreto donde se realizaría la fiesta. Cuando estuvimos reunidos los tres empezaron las señales de alarma adulta (de mí parte claro):
—La fiesta es en el Sambil.
Hasta donde llegaban mis conocimientos el Sambil no tiene sitios nocturnos, a menos que alquilaran el parque infantil Yupi para hacer una fiesta. Reí solo de imaginarlo y seguí manejando y escuchando:
— ¿Cómo que en el Sambil? —Pregunto la prima con exasperación— El Sambil cierra, ahí no puede haber una fiesta.
—Claro que si, vamos a bajarnos ahí ya verán.
Recordé aquel episodio en el que perseguí al bohemian tukky el cual desapareció en plena madrugada en un sitio donde se suponían no se realizaban fiestas ¿Estaría el ahí? ¿Había llegado por casualidad al selecto club de la fiestas en lugares prohibidos?
—Vamos a ver prima —intervine— si no hay nada nos vamos para otro lado, total, no andamos a pie.
Nada emociona más a un post adolescente que tener carro a su disposición. Mi frase logro calmarla. Cuando nos encontramos con otros muchachos empecé a emocionarme, uno vestía una chemisita rosada y zapatos Lacoste color marrón, tan común, tan típico, tan bien parecido…
— ¿Quién dijo que la fiesta es aquí? — pregunto uno de ellos.
Todos rieron y se burlaron del primo. Recordé que la hermana de el siempre dice que nació prematuramente a los ocho meses, y sin necesidad de una investigación concluí que eso lo había afectado ¿A quien se le ocurre que va haber una fiesta en un centro comercial? La prima visible pero disimuladamente molesta pregunto si tendría lugar una fiesta o no. Yo mientras me sentía ridículo. Volví a mis tiempos de liceo, cuando comprábamos botellas de aguardiente claro y luego tratábamos de encontrar un lugar donde bebérnosla. Luego de mucho “tejemaneje” resulto que no había ninguna fiesta. Todos los niños se iban a reunir en la calle, en los carros de sus papás “sus carros”. La prima estaba al borde del colapso:
— ¡Q-U-E! ¿Tú estás loco José Alejandro? Yo he visto a esos niños reunidos por ahí, un poco de loquitos, bebiendo cosas raras en vasos selva y acabando los trapos ahí. Yo no voy a ir.
A la media hora todos estuvimos en una de las calles cercanas a la calle del hambre de Mañongo. Yo tenía un vaso plástico en la mano y por más que me esforzara no me iba a ver fabuloso entre tanto niño carente de un “correazo a tiempo”. Nunca entendí que hablaban y pese a que si había muchos muchachos lindos, de pronto entendí por que nunca tuve novio en el liceo. Quizá físicamente no lo había superado, pero mentalmente deje de estar ahí hace mucho tiempo, y era bueno saberlo. No tengo planes de volver a Nunca Jamás de nuevo.